

Donald Trump y Xi Jinping, en el centro de la escena / web
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Donald Trump y Xi Jinping, en el centro de la escena / web
Esteban Actis y Nicolás Creus
El 2 de abril de 2025 es una fecha que quedará grabada en los libros de historia. Donald Trump decidió subir los aranceles a todos sus socios comerciales a niveles impensados -los más altos en 100 años-, generando pánico y habilitando un histórico sell-off en las principales plazas bursátiles, dejando al mundo sumido en una fuerte incertidumbre. Sin lugar a dudas representó la decisión económica gubernamental con mayor impacto sistémico del siglo XXI.
En este contexto, muchos analistas y decisores comenzaron a hacerse la pregunta del millón: ¿cuál es el verdadero objetivo geopolítico de Trump? Responder este interrogante tan simple como complejo es clave para entender lo que pasó y lo que puede pasar.
Hace algunos años, cuando bajo su primer mandato, Trump dio inicio formal a la guerra comercial con China, advertimos que se trataba de un aspecto epidérmico de una disputa mucho más profunda.
Esta semana hubo muchísimo ruido en la dimensión comercial, en tanto que el anuncio de imposición de aranceles “recíprocos” -además de ser obsceno y amparado en una fórmula de cálculo muy particular-, no se limitó a China y fue extensivo a todo el planeta.
Sin embargo, el subsiguiente anuncio de una pausa de 90 días en su aplicación a todos los países menos a China puso de manifiesto que el principal objetivo geopolítico sigue siendo Pekín.
En una semana donde la Casa Blanca y el Partido Comunista Chino redoblaron siempre la apuesta al anunciar nuevas rondas de aranceles, el resultado es que el 100% del comercio bilateral ahora está afectado por aranceles (era 65% al inicio de Trump II), y con bienes chinos llegando a pagar más de un 130% para ingresar al mercado de EE.UU. Según Financial Times, ya hay cancelaciones de conteiners que debían partir en estos días hacia Houston y Los Ángeles.
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Ahora bien, el trasfondo y cuestión estructural de la disputa sigue siendo la dimensión tecnológica, aquí reside lo estructural, aquí es donde se pugna por el know how del capitalismo en la actual revolución industrial en curso.
La percepción de todo Washington desde 2017 es que están perdiendo esa carrera, la que tiene implicancia dual: económica pero especialmente militar dado que muchas de esas innovaciones tech (inteligencia artificial, robótica, 5G) serán clave en el campo de batalla de las futuras guerras.
EE UU ha sido, según esta percepción, el gran perdedor del proceso de hiper-globalización, en tanto que China se aprovechó de la transferencia tecnológica de las empresas norteamericanas y occidentales, jugando en los márgenes del orden liberal (sin asumir ningún costo en él) y aplicando una agresiva política industrial.
Las empresas chinas se beneficiaron además del acceso al mercado de capitales de EE UU y de un orden financiero internacional liderado por el dólar (de nuevo aquí, sin asumir costos y responsabilidades). El juego win-win (ganancias mutuas) reforzado vía la inclusión de China a la OMC en 2001 se cayó promediando la segunda década del siglo XXI.
Las diferencias en Washington están en la estrategia. Mientras Trump I inauguró la aplicación de aranceles, restricciones y el control a las exportaciones de tecnología, Biden profundizó esto último y sumó una fuerte política industrial (Chip Act, IRA) para intentar volver a ganar competitividad y no perder el rezago tecnológico.
Como señala Michael Froman en un artículo en la revista Foreign Affairs, Washington se ha vuelto más como Beijing: aranceles, restricciones a la inversión, incentivos para repatriar cadenas de valor. “Una política china con características estadounidenses”.
Entre 2017 y 2025, EE UU propuso un juego de win-lose (que China pierda para que EE UU vuelva a ganar). Con Trump II la respuesta a los dilemas internacionales de Estados Unidos fue más radical, planteando un reseteo completo de la globalización, mudando a un juego lose-lose (todos pierden, se priorizan las ganancias relativas por sobre las absolutas).
La pregunta entonces no es qué busca ganar Trump con su enfoque comercial, sino cuánto menos piensa que va a perder EE UU si se “resetea” la globalización. Trump y su círculo íntimo son conscientes del “dolor” autoinfligido, pero se apuesta a que China sufra más. La creencia ahora es que el enfoque no puede ser bilateral.
Dado el enraizamiento del capital -y del Estado- chino en las CGV, se necesita involucrar a otros actores clave, muchos de ellos aliados en el proceso de transformar radicalmente el orden económico internacional.
Entre las preguntas que dejan las idas y vueltas de la semana del “Liberation Day”, una es si los anuncios de aranceles a todo el mundo tenían como objetivo -como lo tuvo ya con México y Canadá en febrero-, negociar desde la fuerza un desacople de esos países con China. Si eso fue así, los resultados se presentan hoy algo magros.
Trump parece sobreestimar el peso del mercado de EE UU en materia de bienes. Las importaciones de EE UU representaban en 2000 el 20% del total mundial, a 2024 la cifra se ubicaba cerca del 10%. Los incentivos sistémicos de salir corriendo a negociar con EE UU están debilitados. Al aspecto material hay que sumarle el intangible que es la pérdida de confianza y de reputación de EE UU como aliado, lo cual conlleva la necesidad de diversificar los vínculos externos.
Hace una semana se conoció que Japón y Corea del Sur anunciaron que buscan importar materias primas para semiconductores desde China, donde este país tiene el monopolio de muchas de ellas. Días después del anuncio de los aranceles “recíprocos”, Bruselas y Beijing comenzaron un diálogo para quitar los aranceles a los autos eléctricos que impuso la UE en 2024. Lejos parecen los demás países con peso en la globalización acoplarse con los “palos” (amenazas) de Trump, la estrategia parece ser de balanceo.
A su vez, otro punto de incomodidad de la administración Trump es el valor del dólar, cuya apreciación (tendencia en la última década) es percibida como un problema dado que quita competitividad, perjudica al trabajo norteamericano y eleva el déficit comercial. El objetivo es que las monedas de demás países -y sobre todo el yuan- deben apreciarse en relación al dólar. Trump busca que la FED baje la tasa para acompañar esta dinámica, generando tensión con su actual presidente, Jerome Powell.
Lo comercial es lo epidérmico, lo tecnológico lo estructural. Lo financiero y monetario -hasta 2025- era el límite de las superpotencias en la diputa, dados los grandes costos asociados a que las tensiones pasen a esa dimensión.
Trump I y Biden fueron muy cautelosos en este punto y Beijing tampoco quiso avanzar -incluso en los momentos de mayor tensión bilateral-. Ahora, un dólar debilitado y aranceles de EE.UU. por encima del 130% presionan fuertemente a una devaluación de la moneda de China, que tiene en su sector externo industrial el principal driver de crecimiento.
De entrar en esta dinámica, a la guerra comercial global se le sumaría una guerra monetaria con la lógica del “empobrecer al vecino”, como ocurrió en la década del 30. En esta última semana Beijing dejó devaluar su moneda y vendió bonos del tesoro de EE UU de sus reservas.
El gigante asiático dejó claro que está dispuesto a “ir hasta el final” en palabras de su Ministro de Comercio, generando mayor aversión al riesgo por parte de los mercados. Por todo esto, un gran acuerdo monetario que aborde los desequilibrios monetarios como fue el acuerdo Plaza de 1985, hoy parece muy poco probable.
Los fundamentals geopolíticos cambiaron, el mundo se ha vuelto menos globalizado y menos cooperativo. El escenario de desacople total entre las dos grandes potencias vuelve a presentarse como el mayor riesgo global para los mercados y para los demás actores del sistema.
Cuando Trump asumió en enero había expectativas de que un diálogo entre el magnate y Xi pudiera gestionar las tensiones enumeradas. Tres meses después el escenario cambió por completo.
Como señaló el internacionalista Daniel Drezner, Trump lleva al mundo a experimentar pain (dolor) tanto económico como geopolítico. En este contexto, será clave develar la capacidad que exhiban los sistemas políticos, las élites y las sociedades de cada una de las potencias para soportar y digerir los costos venideros.
Actis: Doctor en RRII (FcPolit/UNR). Asociado a la Consultora Insight·LAC
Creus: Director de Estrategia en Terragene / Docente de Política Internacional Argentina (FcPolit/UNR)
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