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En un análisis al detalle, se hurga en la precisión histórica de la producción de Netflix y los libros en los que se basa. Especialmente, se enfoca en la representación de personajes de diferentes etnias en roles de la nobleza y la verosimilitud en la Inglaterra del siglo XIX
VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU
Si de anacronismos en películas se trata es imposible no mencionar que Sofía Coppola nos mostró, sin sonrojarse, a María Antonieta, reina de Francia en el siglo XVIII, cambiándose los incómodos zapatos modelo Luis XVI por unas zapatillas Converse celeste pastel. Tampoco es verosímil que Máximo, el héroe de Gladiador, viva en una villa renacentista cuando faltan aún doce siglos para que los arquitectos romanos comenzaran a diseñarlas y construirlas.
Inventar batallas, poner en boca de los personajes giros aún no popularizados, recrear el vestuario y hasta tergiversar hechos históricos son licencias que los creadores se toman a la hora de escribir los guiones. Y vale aquí hacer una distinción: no es lo mismo una película (o libro o serie) histórica que una película “ de época”. Mientras que en la primera se requiere cierto rigor, en el segundo caso hay una ambientación “vintage” para una anécdota ficticia que puede inspirarse o no en hechos reales.
A esta última categoría pertenece Bridgerton, la serie de Netflix que tanto está dando que hablar en estos días más por su persistente campaña de marketing que por la calidad del producto. Si hasta los jóvenes participantes de Gran Hermano, más cerca del trap que del minué, tuvieron su noche Bridgerton con vestidos de tafetán, profusión de volados y pelucas blancas.
Netflix ha estrenado su tercera temporada. Algunos capítulos ya están disponibles y otros se podrán ver a partir del jueves.
Con el mismo espíritu de las dos temporadas anteriores, la serie no deja de sorprender. Lo primero que nos sorprende es el hecho de que aún sabiendo que es banal, despierta nuestra curiosidad y no podemos dejar de verla. Y, por otro lado, nos sigue sorprendiendo la liviandad con que se toma la recreación de la época al forzar una realidad políticamente correcta a los ojos del siglo XXI pero impensable en los primeros años del siglo XIX. Veamos por qué.
Retrato de la reina Carlota (pintura al óleo de Allan Ramsay) / Web
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La serie se basa en una saga de libros catalogados dentro de la categoría de “novela romántica”. Son ocho novelas cortas, entretenidas, sin pretensiones, y cada una tiene como protagonista a uno de los hermanos Bridgerton, todos hijos de un vizconde de prestigio en el Londres del 1800. Está familia sirve de excusa para retratar a la nobleza, a la realeza y a algún advenedizo que desea escalar posiciones.
En el argumento no hay lugar para el fracaso. Todos son exitosos, incluso aquellos que se ridiculizan con sarcasmo. Tampoco hay lugar para personajes que no pertenezcan a la élite. Al contrario que en Downton Abbey, la madre de todas las series de época, el papel de la servidumbre y de la burguesía, está desdibujado. No existe ese contrapunto entre “los de arriba” y “los de abajo”. El personaje que más bajo rango tiene es un barón y si alguno no es noble, rápidamente se le inventa un título y todos felices.
La autora de los libros es Julia Quinn, quien escribe sobre la sociedad inglesa desde el desparpajo que le da ser estadounidense. Seguramente ha cursado su adolescencia leyendo las novelas de Jane Austen. Imposible no ver en el duque de Hastings del primer libro, algo de Mr. Darcy, el héroe romántico de “Orgullo y prejuicio”. Y, aunque ni es tan sutil ni está manejada con tanta maestría, hay algo también de la ironía que Oscar Wilde incorporaba en sus obras de teatro, inspiradas en los aristócratas que tan bien conocía. Lamentablemente, en la serie, esta ironía apenas es perceptible.
En Bridgerton podemos ver algunos guiños a la actual casa real inglesa
Por su carácter romántico, los libros de Quinn deberían estar ubicados en el mismo estante de la biblioteca que los de Corín Tellado pero, mientras que las parejitas de las historias de la española solo se daban un beso si estaban debidamente casadas, en Bridgerton, aunque hay pacatería aparente, cuando las puertas de las habitaciones o de los carruajes cierran hay escenas de sexo que pueden hacer sonrojar a algún lector desprevenido. Aunque en la serie no son tan explícitas el erotismo está presente.
Cuando Julia Quinn escribió las novelas (hace 20 años salió a la venta la primera) perfiló la apariencia de sus personajes según lo esperado en una novela inglesa de época. Mujeres etéreas, hombres varoniles, más rubios, más morochos, algún pelirrojo… pero siempre de tez blanca. Las damas son coquetas y superficiales y los caballeros fuertes pero torpes para el arte del cortejo. Aunque lo que hace interesante las historias es que los protagonistas se rebelan a su destino, escapan de los estereotipos y hacen elecciones poco convencionales.
Los Bridgerton / Web
En la serie los creadores van aún más allá: no son pocos los personajes interpretados por actores de piel morena, algo bastante común sino fuera porque en Bridgerton no son esclavos, ni personal de servicio ni vendedores sino duques, condes y hasta hay una reina negra.
Si algún lector ya vio la serie y pensó que eso era natural en la Inglaterra de 1810, sepan que no. Los afrodescendientes no recibían títulos ni se casaban con miembros de la aristocracia. Es una licencia que se toman los creadores de la serie y que, hasta acostumbrarse, la hace un poco inverosímil.
No hay un planteo ni racista ni antirracista explícito. Simplemente se naturaliza la convivencia entre razas, algo que ni siquiera está tan naturalizado en estos tiempos.
Sin ir más lejos y como ejemplo de que el tema aún es incómodo, recordemos que durante el Mundial de Fútbol de Qatar, el Washington Post se cuestionaba en un artículo por qué no había negros en la selección argentina. Y recordarán los lectores que el mes pasado se viralizó un video en el que una turista estadounidense expresaba su desilusión con su viaje a Argentina: “Es muy devastador y triste haber gastado tanta plata acá. No sentí racismo por parte de la sociedad pero me voy con el corazón triste. Solo vi dos personas negras además de mí. Hay una historia bastante oscura asociada a este país”. La historia tiene respuestas a estas cuestiones que no son motivo de este artículo pero sirvan estos ejemplos para hacer notar que aún no está del todo zanjada la cuestión racista en el hemisferio norte.
Y no solo negros hay en la serie. En la segunda temporada el propio duque de Bridgerton se enamora de una hindú preciosa de piel cetrina y la única objeción que pone su madre es que es demasiado atolondrada. En esta tercera temporada son varias las damas de rasgos asiáticos que pululan en los salones sin ser consideradas exóticas sino hijas de condes de larga data.
La autora de los libros escribe sobre la sociedad inglesa desde el ‘desparpajo estadounidense’
Y no solo hay personajes de etnias diferentes. La adorable Penélope es una joven inteligente y perspicaz pero retacona y con algunos quilitos de más. Ni física ni espiritualmente encaja en los estereotipos de las heroínas de las historias de amor previas a Bridget Jones, personaje de la película de 2001 con quien comparte el mismo intelecto, la misma torpeza con los hombres y la obligación de usar la ridícula ropa que le elige la madre.
La incorporación de actores con fisonomías diferentes, en especial los afrodescendientes, ha sido muy polémica. Los creadores de Bridgerton dicen que pueden hacerlo porque no pretende ser un drama histórico. Pero, los puristas de la Historia opinan lo contrario.
Philipa Gregory, autora como Julia Quinn de novelas históricas, ha dicho: “El problema con Bridgerton es que tergiversa la historia. Está describiendo una época en que la mayoría de los negros en Gran Bretaña habían sido esclavizados o tuvieron la suerte o la habilidad de escapar de la esclavitud. Corre el peligro de hacer que las personas que no conocen la historia piensen que Gran Bretaña era una sociedad tolerante. Lo que no puedes hacer es ignorar los colores de la historia, porque era un país racista en ese momento”
Es cierto que hay algunas investigaciones que de alguna manera justifican la licencia de los autores. La época en que la autora ubica a la familia Bridgerton es la de la regencia. Se llama así porque si bien el rey de Inglaterra era Jorge III, por sus problemas de salud había nombrado regente del reino a su hijo Jorge. Fue el período de la casa Hannover y el actual rey Carlos III desciende en forma directa de estos monarcas.
Jorge III tenía períodos de lucidez pero durante casi toda su vida adulta tuvo episodios en que su mente estaba perdida. Siempre se dijo que sufría de porfiria pero investigaciones recientes sobre su salud dan por cierta la teoría de que era maníaco depresivo y de que, en sus últimos años, sufría de demencia.
La reina Carlota en Bridgerton / Web
En la serie casi no aparece pero la que sí es protagonista es su esposa, la reina Carlota. Ella había nacido en un condado alemán pero, curiosamente, no era la típica germana de pelo claro y rasgos caucásicos sino que en algunos cuadros aparece retratada con labios abultados, ojos negros profundos y nariz chata y respingada por lo que siempre se sospechó que alguna de sus abuelas le había franqueado la puerta de su alcoba a un negro esclavo guapetón. No la juzgamos sino que la entendemos porque en esos tiempos los matrimonios no eran por amor y la fidelidad tampoco era un valor fundamental.
En la serie y en el spin-off “La reina Charlotte” (de los mismos realizadores de Bridgerton, también en Netflix) la actriz es negra y casi una caricatura pero su rol es muy efectivo.
La época de la regencia y el reinado de Jorge IV tuvo la característica de ser un poco más laxo en las costumbres sobre todo porque el regente, Jorge, era más propenso a despilfarrar salud y dinero en correrías nocturnas que a administrar el reino y sus súbditos, sobre todo los nobles pudientes, lo tomaban como ejemplo.
Fue un recreo que finalizó cuando, en 1837, comenzó a reinar la sobrina de Jorge. Con la reina Victoria se terminó la fiesta y le impuso a la corte un espíritu timorato.
En Bridgerton podemos ver algunos guiños a la actual casa real inglesa: los perritos de raza corgi corretean por las escaleras del palacio como en épocas de Isabel II, los nobles van a las carreras de caballo de la que son asiduos todos los Windsor del siglo XXI y la reina Carlota preside las fiestas en el jardín tal como hizo Camila en el pasado mes.
Nada de eso pasaba a principios del siglo XIX pero ¿importa? Cada lector tendrá su propia opinión. Lo que estamos seguros es que para los amantes de las series románticas de época ver Bridgerton en una tarde de lluvia con té y masitas, será una epifanía.
Colin y Penelope, la pareja de la temporada 2, junto al resto de los personajes / Web
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