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Por necesidad, hobbie o ideología ecológica los diseños originales y artesanales van copando armarios de todas las edades y profesiones
María Laura López Silva
llopezsilva@eldia.com
Hasta no hace muchos años, quizá un par de décadas atrás, en toda familia había alguna abuela o tía que tenía una máquina de coser y al menos conceptos básicos de costura. Si bien quizá no se le pedía que confeccionara una camisa, sí podía reformarla o remendarla, por ejemplo.
Y es que la industria textil creció tanto que en cuestión de costos no convenía comprar la tela y mandar a hacer una prenda -salvo los vestidos o trajes muy especiales-. Si en algún momento la ropa tenía alto valor de mercado, la masificación de la producción y la globalización hicieron que los precios fueran más accesibles para la mayoría de los artículos de vestir. Era, y a veces aún lo es, más económico comprarlos hechos.
Pero según un informe publicado hace un año por el Foro Económico de Davos, la industria de la moda y el textil es el tercer sector más contaminante del mundo, después de la alimentación y la construcción, y representa hasta el 5 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Casandra Verano es modista desde los 18 años y estudió porque nada de la ropa que le vendían le quedaba bien
Por otro lado, las marcas de moda de bajo coste son criticadas regularmente por los residuos y la contaminación que provocan y las condiciones salariales impuestas a sus trabajadores.
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Sin embargo, esta pandemia que cambió tantas cosas y llevó a mucha gente a volcarse a lo natural en cuestiones alimenticias y de hábitos de vida, pareciera que también hizo que el costurero abandonado en algún cajón volviera a cobrar protagonismo poco a poco.
“Se siente que hay como un resurgir de aquella época cuando la ropa se hacía en casa. Desde la pandemia, quizá un poco antes pero con la cuarentena se intensificó, creció la cantidad de clientes que vienen en busca de telas para hacerse prendas personalizadas. Consultan calidades, qué opciones hay y de paso revisan el saldo de retazos para ver qué consiguen ahí”, cuenta Juan Carlos, empleado de años de una sedería de la Ciudad.
“Hay muchos jóvenes, chicos y chicas, que quizá buscan en esto una profesión o salida laboral, pero también charlo con clientes que se hacen un pantalón o la funda de un almohadón por costos y porque les gusta coser”, agrega el experimentado vendedor.
Brenda Bezus hace prendas para su familia y también para su perro
Brenda Bezus (29), es becaria doctoral en el área de biotecnología del Conicet. Siempre le encantaron las cosas relacionadas con la creatividad y el estilo a la hora de vestir es donde dice que más puede expresarlo. Pero además, la costura era algo muy presente en su familia: si bisabuela, su abuela, una tía y hasta la mamá tenían una máquina de coser y se defendían bastante bien con las tijeras e hilos y ella también quiso aprender hace unos años.
“Lo que elijo comprar son las cosas que alguien más se especializa en hacerlas”
“Sabía usar la máquina e hice alguna que otra cosita con ayuda de mi mamá, pero nada sofisticado y menos con moldería. Hice un par de talleres y finalmente me enganché en uno donde hay máquinas para coser lo que uno va creando, que era lo que necesitaba, porque antes de engancharme con la costura creo que no hubiese hecho la inversión en una máquina”, cuenta.
De a poco, Brenda fue aprendiendo de telas y moldes, de errores y aciertos que hacen que elija hilvanar la aguja sólo por placer: “cuando recién empecé compraba retazos para hacerme cosas, porque son mucho más baratos y si salía algo mal -que varias veces me pasó- no perdía mucha plata. Pero si uno es más exigente con lo que busca, no creo que haya diferencia de precio, excepto en las prendas que son muy trabajadas. En ese caso hay que dedicarle muchísimo tiempo y paciencia en hacerlas -tengo varias de esas prendas sin terminar-, es decir, a veces las prendas son caras porque tienen muchos detalles”.
Aunque la ropa para ella no tenga un valor sentimental, si hay algo de la satisfacción que la une a la costura. “Es sólo ropa. Quizás lo que tiene es que, si por ejemplo, alguien me dice que le gusta lo que llevo puesto, me siento orgullosa en decir q lo hice yo. Pero a la hora de hacer una limpieza de armario, pongo toda la ropa a la misma altura para decidir que se queda y que se va. Lo que personalmente me encanta es hacerle ropa a mi familia y ver que la usan, eso me hace feliz de un manera que no puedo explicar”, confiesa eta científica que para unas fiestas puso manos a la obra.
“Una navidad con mi marido hicimos ropa para toda la familia en vez de comprar regalos y es re lindo ver que hasta el día de hoy la usan. Mi mamá es re quisquillosa y se le hace difícil comprarse ropa que le guste. Por eso, conociendo su gusto, todos los veranos le hago algún vestido y los usa un montón. Eso me hace muy feliz”.
“Lo que personalmente me encanta es hacerle ropa a mi familia y ver que la usa”
Y sus mascotas también reciben prendas originales, porque Brenda les cose bucitos o capitas con retazos que le van quedando de otras cosas que confecciona.
Claro que no todo es arte. El perfil ecológico en este tema tiene un peso importante para Brenda: “el consumismo y el intercambio de ropa solo por moda me parece terrible. En lo personal, cuando me compro o hago algo trato que no sea una prenda que no vaya a usar en algunos años porque `paso de moda´, es decir, trato de tener ropa que me guste. Y también usar telas de buena calidad, aunque sean mas caras, ya que ayuda a que la prenda tenga mas vida útil, lo que se supone que baja el impacto de contaminación. En lo personal, trato de comprar solo cuando necesito y me doy bastante tiempo para pensar si realmente lo necesito”.
El tema de los talles o modelos de prendas es algo que Brenda incluye en esta tendencia de los nuevos costureros: “mucha gente quiere aprender a hacerse su ropa por una cuestión de que la que se vende supone que todos tenemos un cuerpo igual, que se puede dividir únicamente en algunos pocos talles, los cuales en muchos casos no llegan a todos. La realidad es que como cada cuerpo es tan diferente y creo que existe una tendencia a aceptar, cuidar y querer el cuerpo como es; de ahí sale la necesidad de querer vestirse como uno se siente cómoda y en muchos casos la ropa comercial no es cómoda. No dan ganas de gastar tanta plata en un jean que no me va a gustar como me quede o me va a quedar incómodo. En ese caso prefiero aprender y hacerme uno a mi medida, con mis preferencias”.
Aunque no es lo más común, el mundo de la moda siempre tuvo sus diseñadores, modistos y sastres, por lo que Maximiliano Piergiácomi se acercó sin prejuicios ni una cuestión de vocación ya que es empleado metalúrgico y estudiante de administración de empresas. Lo de él fue una necesidad: “mido 1,96 y soy delgado, lo que me hace bastante difícil conseguir prendas como pantalones por el largo de pierna o que lo que me ponga arriba no sea una carpa. Mi pareja se anotó en un taller de costura y lo vi como un oportunidad de pasar tiempo con ella y aprender una habilidad que me ayudaría a tener ropa de mi talla y gusto”.
“No tenía idea ni de costura ni de moldería, de hecho el primer día de curso me preguntaron que quería hacerme y dije una camisa, sin saber lo complicado que era para alguien que no sabía nada del tema. Por suerte me persuadieron para empezar por algo más simple, y confeccioné una musculosa la cual aún tengo y uso”, cuenta Maxi sobre esa primera experiencia.
El tema de los costos es algo que él ve relativo: “depende de muchas cosas. De la calidad de los insumos y la complejidad de los mismo. En mi caso las prendas que me hago suelen ser un poco más caras debido a que requieren mayor cantidad de tela. Pero he visto algunas cuya calidad no es la mejor y se venden a precios muy elevados, y pienso que puedo hacerlas yo mismo y quedarían mejor y más baratas. Pero hay que tener en cuenta el costo del tiempo que cada uno le invierte a esa prenda, entonces ahí los precios en materiales pueden no ser muy caros pero el costo en tiempo sí”, explica y destaca el otro valor, el personal.
“El esfuerzo que uno le pone hace que el resultado final sea muy gratificante. Uno está en todo el proceso fabricando su prenda a medida y cuando la utilizás y alguien te dice `qué bueno está tu buzo´, uno se llena de una sensación gratificante. No nos hacemos toda la ropa por una cuestión de tiempo y en algunos casos desconocimiento. En mi caso particular lo hago por hobbie, para lo cual se tienen que dar algunas condiciones de tiempo e inspiración para ponerme a coser o hacer moldes. También hay cosas que uno prefiere comprar, en mi caso las camperas, ya que me quise hacer un piloto una vez y aun lo tengo ahí sin terminar, con mi profesora de costura hacemos el chiste de que ese piloto es `mi tesis´ por el tiempo que me esta llevando”.
“No estoy de acuerdo en el cambio de ropa por capricho o moda, soy práctico en eso”
En cuanto a la industria textil este metalúrgico hace su propio análisis: “tiene sus cosas buenas y malas. No estoy de acuerdo en el cambio de ropa por capricho o moda, soy mas bien práctico en ese sentido, pero no puedo negar que si no fuese por esa tendencia a producir prendas cada vez mejores o con un distintivo mejor, no se hubiese logrado que se avance tecnológicamente en lo que respecta a materiales. ¿Quién hubiese pensado que la lana se podría reemplazar por el polar en su momento? Y cuando salió ese material nadie se hubiese imaginado la existencia del micro polar, el polar soft o las prendas térmicas. También hay una cuestión de tendencia que tiene que ver con el hecho de no solo crear, si no reciclar prendas, lo cual abarata mucho los costos y alarga la vida útil de las mismas. Eso lo veo algo así como Marge Simpson modificando su vestido de Chanel. Aparte uno le da su toque personal y eso tiene mucho valor para uno mismo. Aprender a coser fue toda una experiencia y te abre los ojos a la hora de elegir qué comprar hecho o qué hacerte. Ahora presto atención a muchos detalles en las casas de ropa antes de comprar y saco ideas de mirar vidrieras para luego hacer algo a la medida. Lleva su tiempo pero vale la pena”.
Maximiliano Piergiácomi mide casi 2 metros y se cansó de no encontrar pantalones lo suficientemente largos
Si la necesidad llevó a Maxi a aprender a hacer ropa, lo mismo le pasó a Casandra Verano (34), que desde la adolescencia tuvo que aprender a modificar a mano la ropa que compraba porque todo le quedaba largo o grande. Y como no hay mal que por bien no venga, dicen los optimistas, ese problema fue lo que la llevó encontrar su profesión porque decidió a los 18 años aprender de forma profesional el trabajo de costura y desde que terminó el curso de diseño de indumentaria empezó a dedicarse a la confección de prendas desde distintas áreas: fue modista, tuvo su marca de ropa para danza, hizo vestuarios y hasta ropa de fiesta. “Nunca me quedé con una sola cosa en particular y eso me dio una amplitud que me permitió empezar a dar clases. Al principio me lancé un poco a pedido de conocidos que ya no tenían en la familia gente que enseñara, como pasaba antes. Pero así y todo siempre tuve muchos estudiantes, tanto en los cursos temáticos como en las clases personalizadas”, recuerda.
“Con la pandemia empezó a llegar eso de `hacerlo uno mismo´, con la virtualidad que se acrecentó, y ahora hay como una tendencia que creo que llegó para quedarse”, opina la profesional.
Para ella, hacerse la ropa es una tendencia que crece de la mano de la conciencia sobre el medio ambiente pero también porque muchas veces los costos y la comodidad ponen la balanza a favor de lo artesanal. “Todo depende de lo que a uno le guste, la calidad, los cortes, las telas... Yo soy muy sencilla, pero cuando veo los precios de la ropa en los centros comerciales digo `menos mal que la hago yo´. Porque la tela está costosa, pero comprar una prenda hecha puede salir el doble o más, al menos con el estilo que yo uso. Cuando hago algo para mi o para mis hijos, confecciono el doble de prendas con un presupuesto que me permitiría comprar solo la mitad de ropa en un local. Además, otra cosa del costo no es solo el precio que se paga en ese momento. Cuando se compra algo hecho y soluciona la necesidad en el momento es simple, pero si uno no consigue rápido lo que busca, tiene que recorrer varios lugares hasta encontrarlo o después requiere reformarlo para que le quede bien, todo ese tiempo invertido también tiene un valor. Cuando vos te hacés tu ropa te hacés algo que estás segura que lo vas a usar más allá de las temporadas, hacés algo que se adapta a tus necesidades y lo vas a usar más tiempo y hasta está bueno gastar un poquito más en una tela de más calidad. Terminás teniendo menos ropa pero realmente la usás, cubre tus necesidades”, analiza.
Eso de “en casa de herrero, cuchillo de palo” no se aplica al caso de Casandra, que dice que el 90 por ciento de su armario y el de su familia -marido y dos hijos- está compuesto por prendas que ella misma confecciona. “Lo que elijo comprar son las cosas que alguien más se especializa en hacerlas y lo va a realizar mejor que yo. Pero hago desde las prendas para todos los días, la ropa deportiva y la interior. Sólo tengo un piloto que me compré hace como 7 años, dos camperas que tienen como 10 años”, dice.
“El hacer nuestra ropa tiene un valor adicional como cualquier cosa que uno hace con sus propias manos, da una satisfacción que no tiene precio. Incluye un proceso creativo que va desde la elección de la tela hasta tomar las medidas y eso no se cambia por nada para mí. Es como un proceso terapeútico también. Obvio que hay frustración, pero es parte de la vida”, reflexiona.
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