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Policiales |La víctima fue torturada y le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza

“Submarino seco” en La Plata: violento asalto a un jubilado de 85 años

El hombre, que recién se había instalado frente al televisor, sufrió en carne propia el desprecio y la violencia de al menos tres ladrones que le robaron desde el fiambre que tenía en la heladera hasta botellas casi vacías

“Submarino seco” en La Plata: violento asalto a un jubilado de 85 años

El hecho tuvo lugar en 45 entre 1 y 2 / web

13 de Abril de 2025 | 05:20
Edición impresa

El pasado viernes por la noche, la calma de una vivienda de calle 45 entre 1 y 2 se convirtió en una escena de pesadilla. Eran cerca de las 23:00 cuando un jubilado de 85 años, que descansaba en el comedor viendo televisión, fue sorprendido por tres delincuentes encapuchados que irrumpieron con violencia y desdén.

Lo que siguió fue una secuencia digna de una película de terror: lo maniataron, lo amenazaron de muerte, lo interrogaron como si fuera un criminal y, finalmente, lo despojaron de todo lo que pudieron cargar.

Los tres hombres, todos adultos, delgados, altos, con pasamontañas y guantes negros, se movieron con precisión y “profesionalismo”. Como si supieran al pie de la letra qué debían hacer.

Uno de ellos lo abordó por detrás, le sujetó la cabeza con fuerza y le tapó la boca para impedirle pedir ayuda. En segundos, el anciano fue reducido y atado de pies y manos con cables, quedando indefenso, inmóvil, sentado en una silla como rehén de su propia casa.

Con una frialdad escalofriante, los asaltantes comenzaron a exigirle lo que no tenía: dólares. “¿Dónde están los dólares?”, le gritaban una y otra vez, mientras le revolvían cada rincón de la casa.

El abuelo, con el corazón latiendo a mil por hora, les repetía entre súplicas que no tenía ni un peso. Mucho menos moneda extranjera. Pero la desesperación de los delincuentes crecía al mismo ritmo que su violencia.

En uno de los cuartos hallaron un arma de fuego guardada en su estuche. Fue entonces cuando el tono del asalto cambió por completo: ya no eran simples ladrones, pasaron a ser depredadores.

Bajo una práctica de tortura conocida como “Submarino seco”, le colocaron una bolsa en la cabeza, lo asfixiaron con amenazas. “Si encontramos los dólares, te vamos a matar”, le susurró uno de ellos, con voz grave y decidida, mientras el anciano luchaba por no perder la conciencia ni la esperanza.

Tras interminables minutos de angustia y sin hallar divisas, los agresores comenzaron a robar lo que tuvieran al alcance: botellas de bebidas alcohólicas, algunas casi vacías, el celular del jubilado -que lo obligaron a desbloquear- y las llaves de su vehículo, una Ford EcoSport. Pero antes de huir, cometieron un último acto de desprecio: abrieron la heladera, sacaron fiambres y comieron, como si estuvieran en su propia casa agudizando aún más la humillación infringida contra este abuelo.

La banda escapó por la puerta principal, cargando lo robado en una mochila. Afuera, la noche seguía su curso, indiferente al horror que acababa de ocurrir.

Ya solo, con un esfuerzo sobrehumano y el pulso tembloroso, el jubilado logró soltarse. Los cables no estaban firmemente amarrados, y fue su instinto de supervivencia el que le permitió liberarse. Salió de su casa temiendo lo peor. Pero cuando abrió la puerta del garaje y vio su camioneta intacta, una ola de alivio le atravesó el cuerpo.

La Policía trabaja con la hipótesis de que los delincuentes no actuaron al azar. Según los primeros indicios, la banda habría estudiado previamente los movimientos del abuelo y esperado el momento oportuno para actuar.

El ingreso a la vivienda se habría producido por un balcón trasero que da a una habitación del primer piso. Allí, en la penumbra, aprovecharon un descuido: la ausencia de rejas y la escasa iluminación facilitaron el acceso. Escalaron sin hacer ruido, forzaron una abertura sin necesidad de romperla y se infiltraron con sigilo dentro de la vivienda.

Los investigadores creen que los delincuentes permanecieron varios minutos en las inmediaciones antes de lanzarse al ataque. Tal vez escondidos en el patio trasero, agazapados o apostados en la vereda entre las sombras.

Lo cierto es que observaron pacientemente hasta confirmar que el anciano estaba solo y que no había ningún movimiento sospechoso en los alrededores. Una vez seguros, actuaron con la precisión de un comando: escalaron, ingresaron y en cuestión de segundos tomaron el control total de la casa. El asalto no fue improvisado, fue planificado. Y eso es quizás lo más perturbador de todo.

Hoy, mientras la investigación avanza, queda una certeza: la impunidad con la que actuaron estos delincuentes demuestra una violencia que no conoce límites, ni respeta edad, ni se conmueve ante la fragilidad de una víctima que solo deseaba pasar una noche tranquila en su hogar.

 

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