Le sirvió un fernet, lo hizo dormir y le vació la casa: otra "viuda negra" atacó en La Plata

Una viuda negra hizo “pisar el palito” a un joven, que le creyó la promesa de que la iban a “pasar bien”. Al día siguiente, lo amenazaron

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La noche transcurría tranquila par un joven que volvía del trabajo a su casa en Barrio Aeropuerto hasta que, en una oscura intersección de la calle 115 bis y 606, su destino cambió para siempre. Eran cerca de las 22:00 horas cuando conoció a una mujer de apariencia inofensiva. Su figura delgada, su cabello negro hasta los hombros y un enigmático tatuaje detrás de su oreja apenas daban señales de lo que estaba por ocurrir. Con un tono seductor y una sonrisa disimulada, la mujer le pidió que la invitara a su casa. “Hablemos en un lugar más íntimo”, le propuso. Obnubilado, el damnificado apoyó la idea y juntos partieron hacia su vivienda, ubicada a muy pocas cuadras, en 606 entre 4 y 5.

En la soledad de su hogar, el ambiente se tornó cálido y relajado. La sospechosa preparó los tragos. Dos vasos de fernet, uno para cada uno. El primero fue un brindis. El segundo, una trampa letal. Apenas lo probó, sintió un mareo repentino, un cansancio que no podía explicar. Su visión se nublaba. Algo estaba mal. “Acostate en la cama, relajate”, susurró ella con una voz hipnótica. No hubo tiempo para reaccionar. Sus ojos se cerraron como si alguien le hubiese apagado el interruptor.

La oscuridad lo envolvió hasta que, nueve horas después, la luz de la mañana lo despertó bruscamente. La mujer ya no estaba. Lo que sí había era un vacío en sus estantes. Su teléfono Samsung, su mochila gris, su gorra, su ventilador, su buzo rosa, sus llaves con un llavero... todo había desaparecido. Como si un fantasma hubiera pasado por su casa y la hubiera saqueado en silencio.

Con la indignación y el desconcierto a flor de piel, no dudó en ir hasta la casa de la mujer, ubicada en la calle 606 entre 115 bis y 116. Pero lo que encontró fue mucho peor de lo que imaginaba. Desde su morada, la voz de la mujer se alzó con frialdad: “Tomatela, tomatela, ya vendí el teléfono”. Pero no estaba sola. De las sombras emergieron dos hombres.

El primero, un sujeto de baja estatura, de tez trigueña, con un fierro blanco de metro y medio en la mano. El segundo, de torso desnudo y mirada asesina, lo encuadró con un arma de fuego. “No vengas más a romper las pelotas a mi casa”, rugió con furia. El corazón del damnificado latió como tambor de guerra. En un instante, entendió que su vida pendía de un hilo.

Sin pensarlo dos veces, subió a su bicicleta y huyó a toda velocidad, con el miedo helándole la sangre y el eco de la amenaza rebotando en su cabeza. Aún con el temblor en el cuerpo, acudió a la comisaría y denunció el hecho.

Las autoridades investigan el caso con la hipótesis de que la mujer usó alguna sustancia para sedarlo y poder robarle sin resistencia. Así, sin más, la noche que prometía ser un encuentro casual se convirtió en una verdadera pesadilla.

 

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